25.10.09

El mágico y misterioso viaje de Sánchez Vol I

(TEA Literario Capítulo 5 - viene de Historias de una Novela)

Mi hermana no creía en los psicólogos. Nunca lo hizo. Ella estaba al tanto de mi búsqueda de sensaciones. Su marido, un tipo tranquilo de pelo ensortijado con el cual yo no tenía mucha relación. Luego de charlar un rato, Roberto Dylan (así se llamaba él) me invitó a la noche a su departamento, para tener una charla.

6to piso. De fondo se oía un ruido infernal, el cual asocié con música Rock, género que nunca jamás escuché. Pero Roberto (o Bob como le decían sus amigos) se sentía muy a gusto con ese bochinche, que a mis casi 50 años sólo producía dolor de cabeza. Cenamos. "¿Qué se traerá entre manos mi cuñado?".

"Estuve en Amsterdam hace dos semanas" dijo Dylan, para luego contarme anécdotas desopilantes. Cuando quise reaccionar ya me había tragado unos bocados que sacó de una bolsita. "Relajate, confiá en mí y en esos hongos" susurró. Me acosté en el sillón, cerré mis ojos como me recomendó y empezó el viaje:

Luces púrpuras. Chispazos naranjas, amarillos y blancos. Toda una revolución de colores. Me sentí mareado y confundido hasta que un trovador cubano sobre un unicornio azul me recibió y me acompañó por la vereda. "Es ahí en frente" dijo, "cruzando Abbey Road". Caminé y subí a un colectivo que conducía un tal Otto, de piel amarilla. Parada Carlos Gardel, llegamos. Justo delante de la puerta se leía un cartel que daba la bienvenida Welcome to Tijuana. Entré. La primer persona que me saluda fue Paolo, un viejo rockero de la década del 80. "Che, alpargata metálica, mirá a tu alrededor" me recomendó. Yo no entendía nada: en el fondo del salón un desquiciado con la cara pintada de blanco y negro, aplastaba pequeños pollitos con sus botas de cuero negro, mientras que a su lado un drogadicto disléxico le arrancaba la cabeza de un mordisco a un murciélago. ¿Dónde estoy?

Sobre un sillón color rosa, una rubia, tarada pero hermosa, le derretía una vela en el pecho a un hombre mientras le tiraba champagne. Mientras se hacía una transfusión de sangre, el cantante de boca extravagante, tenía relaciones sexuales con dos jóvenes mujeres, junto a un pirata amigo suyo que tomaba Jack Daniels con un violero de galera, armas y rosas.

¿Cómo sé que ése es un cantante o que el otro es disléxico? Es como que alguien lo esté anotando en mi pensamiento y lo pueda saber..
"Exacto, soy El Indio, voy a estar en tu cabeza para que no te pierdas durante la excursión psicodélica, Morrison me recomienda, preguntale si querés" dijo una voz profunda dentro de mi mente. No pregunté más y seguí observando.

En una mesa, un charlatán hablaba de la pobreza en el mundo mientras, irónicamente al mismo tiempo, descargaba su impotente enfado en un ayudante personal que no había podido conseguir agua Evian, un bebé desnutrido para que la prensa los fotografíe y papas fritas de Pumper Nic. “Ustedes dos, cállense!” gritó un fornido motoquero argento, “voy a brindar” avisó. Levantó su botella de litro de cerveza y dijo: “Brindo por que la música tocada por personas triunfe”. Aplausos generales.

Empecé a merodear por el lugar. Eran indescriptible las secuencias que se sucedían ante mí: una vaca con un piercing en una de sus ubres miraba como la Vulgar Exhibición de Poder pagaba 10 dólares la trompada (un pobre chico se llevó 300 y varias heridas en la cara). Dos guitarristas competían por el amor de una mujer, pero con el tiempo se supo que uno de ellos le dedicó una canción utilizando a Brownie, una linda Fender Stratocaster.

Un fanático merodeaba con un 38 en la cintura atento a un grupo de chicos anarquistas que hacían un violento pogo vestidos por un local sex shop. Un hombre/salmón agarró el micrófono y dijo: "Qué linda noche para fumarse un..." cuando fue interrumpido por una artista plástica que agregó "un porrito mezclado con las cenizas de un ídolo grunge". Muecas de desconcierto.

Un sabático guitarrista zurdo con dedos de goma y una iguana con el torso descubierto encontraban y destruían cosas al mismo tiempo. Inentendible, como que dos jóvenes varones con el mismo apellido artístico y campera negra de cuero, no se hayan hablado en 18 años. En contraste, el hombre de jopo que decía ser Rey, bailaba vestido de prisionero junto a otro que aullaba su felicidad al grito de “Me siento bien!”.

Comunicarse con la mayoría de ellos era complicado por la barrera que el idioma había construido, pero en una pieza se escucharon discusiones en castellano, y para allí me dirigí.

El intento fue en vano: el bigote bicolor gigante saltó por la ventana del noveno piso hacia la piscina. Del otro lado, un chico oriundo de Piedrabuena cocinaba un guiso podrido mientras otros, fumando, preparaban pizzas especiales para un tal Ramón que, decían, estaba por llegar. El lugar había sido decorado con banderas rojas y banderas negras, de lienzo blanco, pero las espadas y serpientes me obstruían el paso.

La chica renga en la esquina, sentada, charlaba con el pibe en muletas que nunca falta en un recital, esperando por el trío de pop USAL. Antes que ellos, Fermín escuchaba atónito las melodías que su hijo había creado. A la segunda canción, debió consolar a una muchacha de ojos de papel que lloraba. Vergonzoso.

(Sigue abajo el Vol. II)

El mágico y misterioso viaje de Sánchez Vol II

"Vamos para la galería principal" me recomendó el Indio. Ahí estaban todos los demás invitados de la reunión.

Lo primero que vi fue a un bajista, roadie - o plomo en castellano- del mejor guitarrista de todos los tiempos, borracho y apostando con el As de espada siempre oculto bajo la manga. De pronto un joven australiano, que parecía recién salido del colegio privado (por el uniforme escolar), hizo la señal de los cuernos al ver las cruces plateadas colgando del cuello del metálico cantante, casado con una mujer argentina, que toca la guitarra muy cerca del fuego, demasiado cerca, quemándose para siempre, como cuando su grupo demandó a la paginita web, de símbolo piojoso. La magia negra, con toda su simbología, estaba presente de la mano de unos jóvenes de pelo largo que la transformaban en religión. "Es probable que hayan vendido su alma al diablo" comentó una morsa.

Luego de ausentarse un rato largo, encerrado en su propia habitación, el único afroamericano ciego del lugar, no necesitó ninguna indicación para encontrar el piano de cola, que minutos antes había sido el instrumento de un rubio que tuvo que salir al patio por el llamado de su esposa (de a penas 13 años) que decía haber visto a un cerdo gigantesco color rosa flotando en el cielo, mientras David y Roger se insultaban, como siempre.

El ambiente se hizo un poco más espeso de lo que me hubiera gustado. A mi lado veo pasar, gateando, a un bebé mojado con un anzuelo clavado en la mano por intentar agarrar un billete de un dólar. El horroroso Eddie preguntó a los gritos "¿quién es el responsable de eso?". Nadie confesó. Mientras los hermanos ingleses, que intentaban copiar los condimentos principales de los Fab Four, se tiraban sillas por la cabeza, acusándose mutuamente, la preciosa hija del fletero miraba absorta como, en apenas dos minutos, iban y venían piñas para todos lados, en forma de hecatombe generalizada.

De repente, para el susto de todos, un disparo (¿un 38?) que quizás provenía de un callejón, hizo que el lugar se volviera un caos total. Gente corriendo para cualquier lado, un rasta blanco surfeando sobre las cabezas de un grupo de lolitas y de nuevo otro estruendo, esta vez mucho más fuerte, casi con seguridad de una escopeta, proveniente del invernadero, colina arriba.
"No la estoy pasando bien, Indio" le dije a mi nuevo compañero mental.

Fue entonces cuando un hombre llamado Syd Barret, me parece, dijo que ya era suficiente, que "más droga me iba a volver loco", que debía hacer algo mejor con mi vida, y que “por favor” le dé lo que yo ya no iba a usar más. Él me iba a indicar el camino de salida.

El sonido de las campanadas del infierno indicaron que el show había terminado. Antes de irme, un tipo llamado Jimi (sín con i) se dirigió hacia mi persona y exclamó: “Para aquellos que les gusta el rock, mi saludo” y en mi honor, prendió fuego su guitarra blanca apoyada en el suelo. De ella salieron colores hermosos. Entendí el mensaje de inmediato.

Finalmente, con una canción de redención de fondo, la mejor foto del rock de todos los tiempos había terminado. No, la de Clash llamando a Londres no. La imagen que al mismísimo Peter Capusotto le gustaría tener. Y yo la viví.
¿Me habrá servido para encontrar la congoja tan deseada? Al despertar, ¿volveré a ser el patético Sánchez de siempre? No lo sé, igualmente, gracias Bob.

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15.10.09

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7.10.09

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Acá les dejo unos videos cortos tomados a través de mi celular...