30.3.10

Leer o no leer..


"Nunca encontré una frase mejor para comenzar un relato. Nunca, lo juro por mi madre que se caiga muerta. Y no la escribió Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora.

Lo leí en un baño público en una estación de servicio de la ruta. Eso es literatura. Eso es desafiar al lector y comprometerlo. Si el tipo que escribió eso, seguramente mientras cagaba, con un cortaplumas sobre la puerta del baño, hubiera decidido continuar con su relato, ahí me hubiese tenido a mí como lector consecuente. Eso es un escritor. Pum y a la cabeza. Palo y a la bolsa. El tipo no era, por cierto, un genuflexo dulzón ni un demagogo. “Puto el que lee esto”, y a otra cosa. Si te gusta bien y si no también, a otra cosa, mariposa. Hacete cargo y si no, jodete. Hablan de aquel famoso comienzo de Cien años de soledad, la novelita rococó del gran Gabo. “Muchos años
después, frente al pelotón de fusilamiento...” Mierda. Mierda pura. Esto que yo cuento, que encontré en un baño público, es muy superior y no pertenece seguramente a nadie salido de un taller literario o de un cenáculo de escritores pajeros que se la pasan hablando de Ross Macdonald.

Ojalá se me hubiese ocurrido a mí un comienzo semejante. Ese es el golpe que necesita un lector para quedar inmovilizado. Un buen patadón en los huevos que le quite el aliento y lo paralice. Ahí tenés, escapate ahora, dejá el libro y abandoname si podés"..


Fontanarrosa, Roberto
Extracto de "Puto el que lee esto" Página 12

21.3.10

¿Amarillismo mediático? ¡Periodismo Verdeee!

12.3.10

Una solución europea para los problemas de los argentinos

10.3.10

La virtud del memorioso


“El tiempo no es sino el espacio entre nuestros recuerdos” Henri Frédéric Amiel, filósofo suizo.

El recuerdo es la evidencia más concreta de que uno ha vivido.
Son esos instantes en que te quedás colgado, tus ojos abiertos no ven, estás tildado, conciente, pero en otro lado. Tu cerebro funciona como una máquina del tiempo sin necesidad del DeLorean de “Volver al Futuro”.
Uno va por la vida viviendo, total, nada distingue a los recuerdos de los otros momentos. Sólo más tarde los reconocemos por sus cicatrices.

Es cierto que existen varias catalogaciones de ellos, los cuales, si me permiten, brutalmente dividiré en dos: los felices y los malos. Sepan disculparme pero no conozco a nadie que recuerde la vez que comió una naranja normal, ni muy rica ni muy fea, para dar un ejemplo exagerado y casi ridículo para ilustrar mi punto.

Es lógico que te acuerdes de las veces que te partieron el corazón, del día en que una persona importante en tu vida falleció o un hecho vergonzoso que quieras repeler, pero la memoria también funciona para acordarse de las mejores anécdotas que hayas podido vivir, ya sea una salida con tu grupo de amigos, reuniones familiares extraordinarias, momentos de amor total vividos con la pareja, etc.

Entonces: Un recuerdo, ¿es algo que uno tiene o algo que uno perdió?

Una persona me dijo: “Un recuerdo es algo que uno tiene de algo o alguien que perdió”. ¿Tener algo que se perdió? Suena contradictorio, ¿no?

Me voy a poner autobiográfico, total, en definitiva éste es mi blog, carajo. Recuerdo que mi abuelo paterno –fallecido en 1994- me enseñó las tablas de multiplicar. Yo me sentaba sobre su falda (como dice mi abuela) y él me las hacía repetir una y otra vez para luego preguntarme y revisar si mi cerebro había hecho contacto con los números. Eso es todo.

Para mí es un gran recuerdo de mi infancia, pero supongo que ustedes no lo ven como la gran anécdota de vida. Es una de esas cosas que el tiempo jamás pudo erosionar de mis neuronas, no así a las dichosas tablas, para ser sincero con ustedes.
No creo que sea algo que se perdió. Siento todo lo contrario. Estoy seguro que mis recuerdos vivirán conmigo para siempre, nunca los voy a poder soltar. Estoy convencido que son las únicas cosas que me llevaré de este mundo. Recuerdo aquel día en su casa de Lanús con la misma fuerza que el día en que mi viejo me dijo que mi abuelo había fallecido y yo me escondí debajo de la mesa de la cocina . Y ése es otro recuerdo del que jamás podré desprenderme. Y a mí me parece algo positivo. Malo sería no acordarme, ahí sí que hubiera perdido. Ese recuerdo es mío, no lo perdí, lo puedo reflotar cuándo y dónde quiera. Vive conmigo.

¿Cuántas veces les pasó intentar reconstruir una anécdota con alguien que participó en ella y ese otro no se acuerda? ¿Por qué creen que eso ocurre? Estoy seguro que nadie tiene la capacidad para elegir sus recuerdos. Este tipo de cosas simplemente suceden.
No hay dos personas iguales y eso se debe a que las personalidades son únicas. Quiero agregar que, y esto corre por mi cuenta, hay pocas cosas más alucinantes que alimentar un recuerdo con la remembranza de los otros protagonistas de la historia. Es un momento mágico y entrañable.

En definitiva, como dijo Sábato, “vivir consiste en construir futuros recuerdos”.